Vie, 26 Abr 2024 10:44 AM

El legado de Wally Yonamine

   A principios de la semana pasada se dio a conocer la triste noticia del fallecimiento a los 85 años de edad de Wally Yonamine, el primer extranjero en jugar en el béisbol profesional japonés después de la Segunda Guerra Mundial, víctima de un cáncer de próstata, según informó su familia desde Honolulu.
 
   De descendencia nipona pero nacido y criado en Hawai, Yonamine es considerado como el “Jackie Robinson de Japón” por las muchas barreras –tanto raciales como deportivas– que rompió tras su llegada y por el invalorable legado que dejó tras una fructífera carrera de 37 años en la pelota japonesa.
 
   Desde su primer turno al bate con los Gigantes de Yomiuri el 19 de junio de 1951, el isleño comenzó a revolucionar la manera en que el deporte se jugaba en Japón en aquella época y también abrió las puertas a la llegada de otros importados a un país que, aún resentido por la devastación de la guerra, miraba con desconfianza a los extranjeros, especialmente a los norteamericanos.
 
   A principios de los años 50, el béisbol japonés era muy distinto al que estamos acostumbrados a ver hoy. La mayoría de los lanzadores realizaban sus lanzamientos por debajo del brazo, con poca velocidad y sin retar a los bateadores, quienes a su vez no corrían a primera base luego de tocar la pelota y nunca se deslizaban con agresividad buscando romper una doble matanza.
 
   Desde ese primer turno que vio el 19 de junio de 1951, cuando salió como emergente con la misión de sacrificarse para avanzar a los corredores, Wally sentó las bases de lo que posteriormente sería su legado. Primero, no asumió la posición de toque sino hasta el último instante para sorprender a sus rivales, luego realizó un toque perfecto por la línea de tercera con una técnica jamás antes vista en la liga y por último corrió lo más rápido posible a primera, sorprendiendo de tal manera a la defensa que ésta ni siquiera se molestó en lanzar a la inicial.
 
   Para los japoneses de aquella época el toque de bola era algo tan importante y difícil de ejecutar que no había cabida para las improvisaciones. El bateador debía asumir la posición de toque desde que se paraba en la goma para aumentar sus posibilidades de éxito y, una vez ejecutado, ya el trabajo se daba por hecho por lo que no se molestaba en correr a primera ya que la lógica dictaba que iba a ser out con toda seguridad.
 
   Los conceptos del toque de bola sorpresivo y la carrera frenética a primera con la intención de forzar un error en el lanzamiento eran totalmente nuevos en Japón, como también los eran los de deslizarse agresivamente en las bases para tratar de romper un doble play o para tratar de tumbarle la pelota del guante al defensa.
 
   “Su estilo de juego agresivo me dejó en shock”, afirmó el legendario jugador de Yomiuri Shigeo Nagashima al recordar al que una vez fuera su compañero de equipo. “Siempre se deslizaba duro sin miedo de chocar con los defensas. Estamos en deuda con él por habernos enseñado que eso también era parte del juego”.
 
   Ese estilo agresivo de juego le ganó muchos enemigos, ya que los equipos rivales y sus fanáticos no estaban acostumbrados a él y no lo apreciaban demasiado, en especial cuando provenía de un extranjero americano.
 
   No obstante, su calidad como jugador perseveró, al igual que su caballerosidad fuera del terreno, por lo que desde su llegada los extranjeros han sido una parte fundamental del béisbol profesional japonés. Nada menos que 11 nuevos peloteros llegaron a la liga al año siguiente y hasta 13 lo hicieron el año posterior.
 
   “El primer autógrafo que recibí de niño me lo dio el señor Yonamine”, recordó el también legendario y alguna vez compañero de equipo Sadaharu Oh. “Él me enseñó muchas cosas del juego cuando llegué al equipo, fue un gran mentor para mí. Era un gran caballero, es una pena tener que despedirme así de él”.
 
   Yonamine fue uno de los atletas más completos que jamás haya salido de Hawai. En la universidad se destacó como jugador de fútbol americano, a tal punto que posteriormente firmaría con los 49’s de San Francisco convirtiéndose en el primer descendiente de japoneses en jugar en la NFL. No obstante, una lesión en su muñeca terminó abruptamente su carrera como futbolista, por lo que recurrió al béisbol para ganarse la vida.
 
   Luego de destacar con las Focas de San Francisco en la Liga de la Costa del Pacífico, recibió la invitación para irse a jugar a Japón y su decisión de aceptarla no pudo ser más acertada.
 
   Wally disputó 10 temporadas con los Gigantes de Yomiuri en las que ganó tres títulos de bateo de la Liga Central, un premio al Jugador Más Valioso en 1957 y participó en siete Series de las Estrellas. Las dos últimas temporadas de su carrera como jugador las disputó con los Dragones de Chunichi, equipo en el que continuaría después como entrenador.
 
   En total, trabajó como coach o manager para seis equipos distintos: Chunichi, Yomiuri, Oriones de Lotte (hoy Marinos de Lotte), Halcones de Nankai (hoy Halcones de Fukuoka), Leones de Seibu y Luchadores de Nippon Ham.
 
   Su mejor momento como manager llegó en 1974, cuando guió a Chunichi al título de la Liga Central para poner fin a la seguidilla de nueve títulos de liga y nueve Series de Japón consecutivas que Yomiuri, su equipo original, había logrado hasta el momento.
 
   En 1994, Yonamine fue introducido al Salón de la Fama japonés, con lo que se mantiene aún hoy como el único extranjero en jugar en la NPB después de la Segunda Guerra Mundial en obtener dicho reconocimiento.
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