Mié, 24 Abr 2024 09:11 AM

La insistencia de Igawa: ¿valentía o demencia?

   Salvo que por intervención divina el lanzador japonés Kei Igawa logre concretar una temporada 2011 para el recuerdo en la que gane más de 20 juegos, obtenga el Premio Cy Young de la Liga Americana y lleve a los Yanquis de Nueva York a capturar un nuevo título de la Serie Mundial, su reciente decisión de quedarse en los Estados Unidos para cumplir el quinto año de su contrato con el club del Bronx no puede calificarse sino de demencia.
 
   Proveniente de los Tigres de Hanshin, Igawa llegó a la Gran Manzana en 2007 a través del llamado Sistema de Traspasos en una transacción de 46 millones de dólares que bien podría ser la peor inversión en la historia del famoso conjunto neoyorquino. De inmediato, el zurdo dio señales de no poder adaptarse a las Grandes Ligas al terminar su primera campaña con récord de 2-3 y una decepcionante efectividad de 6.25.
 
   Aún cuando se pensó imposible, las cosas empeoraron al año siguiente. El joven lanzador apenas vio acción en dos juegos –en los que dejó un récord de 0-1 y una astronómica efectividad de 13.50– y desde entonces las cosas no han hecho sino seguir empeorando.
 
   Las temporadas 2009 y 2010 las pasó de principio a fin en triple A –y a veces hasta en doble A– y nada parece indicar que su suerte vaya a cambiar en 2011. ¿Por qué insistir entonces en una apuesta que se ha comprobado una y otra vez que no genera ganancias? ¿Por qué no regresar a Japón a tratar de retomar su ilustre carrera mientras su edad todavía se lo permite?
 
   Para las mentes occidentales la respuesta no es otra que la que utilizamos para titular este artículo: demencia. Al momento de su llegada a la Gran Carpa, Igawa venía de sumar cinco campañas consecutivas con al menos 13 triunfos, ganar el galardón al Jugador Más Valioso de la Liga Central y también el Premio Sawamura en 2003 –que terminó con récord de 20-5 y efectividad de 2.80– y de disputar dos Series de Japón con Hanshin, el segundo equipo más popular y prestigioso de la NPB.
 
   Si después de dos años de pobres resultados en las Grandes Ligas ya era evidente que el experimento no estaba funcionando, lo más sensato hubiese sido tomar la decisión de regresarse a Japón a continuar su carrera en un sitio donde sí se le diese la oportunidad de lanzar y donde pudiese contar con el apoyo total de la liga, su equipo y sus fanáticos.
 
   Quedarse un tercer año en los Estados Unidos con la esperanza de ganarse milagrosamente un puesto en el primer equipo de nada menos que los Yanquis ya era una apuesta muy arriesgada, y mucho más lo fue extender su estadía a un cuarto año, sobre todo considerando que en el tercero no logró salir de triple A, pero decidir ahora quedarse por un quinto año ya demuestra una pérdida total de toda razón.
 
   Todas las pruebas del caso indican que es una mala decisión: las posibilidades de salir de triple A son mínimas luego de no poder superar esa barrera en las cuatro campañas anteriores; ningún otro equipo de las Grandes Ligas tendrá interés en ficharlo luego de verlo fracasar por 5 años consecutivos en triple A; tendrá 32 años para el momento que termine la temporada y un año menos de carrera en su brazo; desperdiciará un quinto año de carrera que ya nunca podrá recuperar; se verá obligado a admitir su fracaso sin tener más oportunidades de redimirse.
 
   Por supuesto, para las mentes japonesas todo esto es entendible y hasta natural. Admitir el fracaso propio en Japón puede muy bien ser el reto más difícil de la vida de una persona, al punto de que muchos prefieren escoger la “honorable” salida del suicidio antes que admitir su fracaso. Adicionalmente, “fallarle” a la compañía –en este caso equipo– que le dio a uno trabajo y que le permite a uno mantener a su familia es una de las peores vergüenzas que puedan existir.
 
   Desde el punto de vista japonés, su decisión denota honor, valentía y hasta responsabilidad. Quedarse un quinto año en los Estados Unidos para agotar todas las posibilidades de alcanzar el éxito y terminar de cumplir el contrato que firmó originalmente, aún cuando eso lo perjudique personalmente, es lo que la sociedad japonesa espera de él, es hacer lo “correcto”. Como un samurai que le jura obediencia absoluta a su empleador, el joven lanzador está simplemente cumpliendo con su deber.
 
   Y si a esto agregamos el hecho de que su empleador no es otro que los Yanquis de Nueva York se hace evidente que el resultado final no podía ser otro. Fallarle a los Yanquis es el equivalente a fallarle a los venerados Gigantes de Yomiuri o, peor aún, al mismo emperador.
 
   No obstante, los tiempos cambian y en años recientes hemos visto como varios jugadores japoneses de renombre tuvieron la valentía de abandonar las Grandes Ligas para regresar a continuar sus carreras en su país, y además lo hicieron con éxito. Kazuhisa Ishii, Tadahito Iguchi y Kenji Jojima son algunos de los ejemplos más recientes, a los que se suman este año Kazuo Matsui y Akinori Iwamura.
 
   ¿Por qué no hace lo mismo Igawa cuando todavía tiene la juventud necesaria para retomar su carrera donde la dejó 4 años atrás? Como ya explicamos anteriormente, para muchos japoneses la responsabilidad va primero que nada, pero para otros tantos la sensatez también cuenta, como ya lo han demostrado Iguchi, Jojima y compañía.
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